Las campanadas llaman a la puerta,
les abro los oídos nuevos. Luz y fábrica de realidad entran a
matarme los sueños, tú mejor sigue durmiendo. Que el tiempo aún
está por inventar: no hay relojes, sólo cuerpos. El día huele a
sangre: la riña de los gatos allá en un patio, y aquí no paramos
de cavar trincheras.
Qué iluso, quería cambiarle el nombre
a la guerra. Qué saben las palabras. Contenedores y neumáticos como
un decorado de televisión. Uniformes, porras y adiós muchachos. Me
contagiaste el inconsciente.
Pasado irreparable, presente imparable,
futuro intocable.
No me volvería a preguntar por los
días buenos. Sabíamos que esa no era ya la cuestión, ni para el
mundo, ni para nosotros.
Mejor hablar en presente. Nos damos una
despedida de ahora o nunca, como siempre. La verdad huyendo de las
palabras y quedándose con la voz y el valor que se levanta.
El camino vuelve a ser tuyo. El camino vuelve a ser mío. Pero es como si no fuesen de nadie.