Las otras vidas

El Extraño vive bajo el puente de los Santos. Cada día sale a buscar con qué hacer la hoguera. Algo tiene que arder. Papelotes, papelinas y cartones, papelones, reciclados o malgastados, sucios, y hasta mojados. Él sabe reusarlo casi todo. Se conforma con un fuego pequeño, que dé vida a los huesos que por poco le sostienen. Porque el hombre es viejo, viejo como el puto mundo. Y su piel es mitad carne y mitad cicatrices, medio amor medio guerra, un poco de acero y mucho de tierra. A veces cree que el puente va a abrirse en dos y van a dejar de molestarle los coches que le ahogan el sueño. El Extraño ha muerto muchas veces, a su manera, y está cansado. Algunos días se pregunta cuántas vidas tiene, pero sólo siente una. Se acuesta al lado de su sombra, y espera el día en que el cielo caiga sobre el puente. Está seguro de que los santos irán a robarlo, porque allá arriba harán falta buenas infraestructuras, y eso nadie lo pondría en duda. El Extraño sabe que el paraíso no es para él, y se ríe imaginando santos sicarios que van por ahí, bajando al Infierno en túnica y sandalias. Llora porque él también fue ladrón y hacía milagros.

3 Balazos:

  MIGUELo

11 de enero de 2011, 0:43

Sólo te diré una cosa, joven muchacho, como no escribas más cosas de el Extraño, vamos a tener unas palabritas tú y yo.

  R. García

12 de enero de 2011, 16:10

Primera entrada del año. Me mola, tío.

  Anónimo

20 de enero de 2011, 17:25

"Cuando me muero,
es para hartarme de dormir porque quiero
soñarte y no me importa perder una vida más
tratanto de enroscarme entre tu pelo..."

Ese extraño algo felino sí que tiene.