Hemos vuelto a nacer de ramas de encina seca, cada uno de nosotros pieza de un puzzle finito, de padre hacha y abuelo hombre. El fuego hará nuestros hijos y estos con el tiempo, serán basura en el mundo que hereden. Algunos podrán volar y escapar en un destello, muriendo al poco como la madre en el parto. Serán bengalas de emergencia que adviertan al gordo que quiera bajar que no lo haga, que allí al fondo solo aguarda el infierno.
El tiempo pasa a través de tus puntos, los estiramientos de tu mecedora son el compás de un segundero particular y las agujas que meneas alegremente y con maestría atemporal, evocan a las manos de Penélope. Te gusta mirar nuestra tumba, donde damos nacimiento a cadáveres con un futuro peor que el nuestro. Sólo abandonas tu atalaya privilegiada bajo necesidad imperiosa, cansada de mirar lo que ocurre al otro lado de la ventana, has decidido mirar sólo a la nuestra, que muestra una vida monótona y previsible, pero has aprendido a ver que cada retazo de ella es único e irrepetible.
Al final no somos tan distintos nosotros y tú, ¿sabes? Porque polvo somos y en polvo nos convertiremos.