Aquel tic-tac era improvisado, ni siquiera nacía de un reloj. El tic rebotaba en todas las cosas del salón, el tac se nos quedaba bien dentro. El humo borraba tus tatuajes de felpa y secaba el tímido sudor de mi frente. Las cortinas, testigo mudo de este cambio del minutero a las horas, nos miraban con descarado interés. ¡Qué baile más salvaje, qué nocturna alevosía! De las horas al minutero y vuelta a empezar. Mares de boca humana, marabunta de yemas de dedos, viento que sopla al oído entrecortados himnos fruto del deseo. No me grites, chíllame, arráncame la espalda, déjame sin piel. Muérete conmigo.
Me desperté, que nos entierren juntos otra vez.