El Errante duerme sobre un sueño de noches inacabadas. Sus imágenes cambian constantemente, el tiempo le abre sus puertas. Sabe que los segundos son suyos. Que puede dominarlos, hacerlos durar cuanto quiera. Se contraen sus ojos soñadores de tanto deslumbrarse, se llenan de recuerdos aún estando cerrados. Se abren sobresaltados sólo con la Pesadilla, escanciadora de aguas pasadas, imborrable como la muerte. Nunca es el mismo coche, ni la misma carretera. No se repite la canción de la radio. Pero Ella va siempre a su lado. Tiene el brillo que heredó de los soles inmortales. Afuera, a través de los cristales, ven al mundo revelarse, otra mentira que no quisieron creer. El aire se inflama precediendo al estallido. Los segundos no dan más de sí, ¿por qué tuvimos que medir el tiempo con esa nadería? Maldita obsesión de reducirlo todo a pedazos. Lee en la mirada y en los labios que le están hablando. Todo va a salir bien. ¿Me oyes? Todo. Y volverás a la tierra, no tendrás que huir. Serás el hombre que siempre quisiste ser.