La misma muerte

A él lo llamaron de mil maneras. Sus padres le pusieron *****, dejémoslo ahí. Lo excepcional es que fue un hombre que bien pudo nacer sin nombre, el Eterno. Dicen que llegaron a inventar un sonido nuevo, jamás escuchado por alma humana, sólo para invocarle. Su piel había llevado encima todas las pieles del Pueblo, desde aquel día que los vengó a todos. Nunca se las quitó, porque quiso vivir sin frío el resto de sus días.
Nació donde el mundo se había parado, vivió con prisas y sin pausas, murió un día de primavera bajo el puente de los Santos, con la libertad del que sólo se posee a sí mismo. Alertaron los niños, que cada tarde salían a jugar allí entre los escombros: a buscar tesoros, a vivir soñando. A veces el viejo errante inventaba historias para ellos. Cuentos extraños, pero divertidos, como aquel del coyote que comía miedo o el de los ladrones benditos. También les hablaba de una realidad de leyenda, la suya.
Que era un paria, un olvidado, un nadie, un nada, que un día fue invencible, que nunca debió creérselo, que los gringos se cagaban de miedo, que un balazo podía doler mucho pero no más que un corazón roto, que los recuerdos son infinitos pero el tiempo nos los va a robar, que si volviese estaría dispuesto a cometer cada uno de sus errores; que por más vidas y nombres, teorías, creencias, leyes, verdades a medias o mentiras que llenen el mundo, ya sean de unos o de otros, la muerte es igual para todos.

10 de abril

"Hace ya dos años y medio que estoy aquí", se dijo mirándose al espejo.

Le había crecido la barba.

El Hombre, El Joven y un Viejo

Pusimos las letras a disposición plena del boli y éste se empeñó en encadenarlas al papel. Sus lágrimas de sangre noble impideron que pudiéramos leer. El Hombre agitó los brazos sin entender nada, decidido ya a prenderle fuego al papel, pero entonces el Viejo quiso echarle un vistazo a aquello que provocaba la cólera de su embravecido hermano. Meses después este Viejo meneaba sus gafas en el aire, haciendo aspavientos de locura, sus cabellos arrancados y su barba alterada. Compró vino, fue a buscar a El Hombre y en mitad de sus delirios, cuando ya tenían la hoguera encendida y habían invocado a los dioses para que dieran sepultura eterna a ese infernal papel, El Joven surgió fugaz de entre las sombras, embarcado en una nube de humo que parecía hacerle levitar del suelo, quizás esa tendencia a volar era lo que hacía que se empeñara en empozarse el alma de plomo y, como un Prometeo cualquiera, cogió el papel aún entero y huyó a la velocidad que huye alguien a quien no persigue nadie.

Dos años y pico después volvieron a encontrarse aquellos tres peregrinos de la vida, en las mismas circunstacias que aquel primer encuentro que no ha sido narrado. El papel maldito casi había consumido a El Joven, la vida de El Hombre mejoró notablemente tras abandonar el papel, pero el regreso de éste le había hecho regresar a él también y del Viejo, baste decir que tuvo altibajos, pero acabó remontando la ola por obra y gracia del mundo y sus hermanos y ahora cabalgaba feliz buscando qué cabalgar. Ni siquiera hablaron, todos sabían que había que hacer y así pues, hicieron el papel muchos trocitos y los lanzaron al aire, viendo en su blancura teñida de sangre real cientos de palomas que alzaban el vuelo. Habían comprendido al fin que las palabras se las lleva el viento, pero el abrazo entre iguales se hace roca.